Desde tiempos muy lejanos el poder ha sentido la necesidad de apartar a algunos ciudadanos para retenerlos bajo custodia, forzarles al pago de deudas o simplemente para castigarles.
Para este fin han servido cualquier tipo de construcciones, desde la simple atadura a un árbol o tronco, hasta cuevas, alcantarillas, barcos, casas o edificaciones levantadas al efecto.
La cárcel, cuyos orígenes se pierden en la historia, es el edificio diseñado para retener y custodiar a detenidos para la práctica de diligencias o a presos con anterioridad a una sentencia condenatoria firme.
Con la edad moderna las condenas a castigos físicos o mutilaciones dan paso a un utilitarismo punitivo, el cumplimiento de sentencias a trabajos forzados en galeras, minas y posteriormente arsenales y obras públicas, precisa construcciones de apoyo para la custodia y descanso de los condenados utilizándose a tal fin las propias galeras y los presidios.
En los comienzos de la edad contemporánea los métodos anteriores entran en crisis y se generaliza la prisión como condena y con ella nacen distintos sistemas que crean sus propias arquitecturas que sirven de soporte para desarrollar las diferentes filosofías penitenciarias. Inicialmente las condenas se conciben como pena o castigo y se procura el arrepentimiento del condenado mediante la penitencia y redención. Las arquitecturas diseñadas para estos fines se conocen con los nombres de penitenciarias, prisiones, penales, correccionales…
La evolución de los primitivos sistemas penitenciarios hacia las modernas teorías de rehabilitación y reinserción social condiciona la evolución de las necesidades de las administraciones penitenciarias hacia programas arquitectónicos mucho mas complejos y especializados.